Me han dicho te has ido, creerlo no puedo,
el mundo ha quedado gélido y desierto.
Con fanales nublados mi lengua enmudece,
el aire se vicia, mi ánima entristece.
Que en plena entelequia es que te han hallado,
vácua, fría, marchita, te han abandonado.
Dicen, es preciso, que yo vea tu hechura,
lo haré, aunque pronto pierda esta cordura.
Te miro inerte y mi alma se disloca,
porque ahora la muerte ríe con tu boca.
Tu morena piel, que acaricié con mis dedos,
está recubierta de arena y recuerdos.
Los lindos ocelos, que alegría me dieron,
exangües me miran sin fe ni sosiego.
¿Quién ha podido herirte, ay, amada mía?
¿Quién ha sembrado en mí llanto y agonía?
Pregunto y nadie aquí posee respuestas,
no hay pista o testigos, nada a ciencia cierta.
Ahora es que engrosas las filas de muertas,
y aún nadie hay pagando tras vacías rejas.
Te fuiste de mi vida y no hay consuelo
que logre poner fin a este infame duelo.
Mas siempre a todos llega la nívea justicia,
nada hay que pueda truncar más su avenida.
Eres otro lucero brillando sobre Juárez,
silente iluminas sus bóvedas y calles.
Titilas con los otros, tan sólo esperando,
el día en que todos abracen su descanso.