Una porcelana, tan vírgen y acicalada,
así la imaginaba, así la palpaba.
Mientras el festín se servía, con gusto, con hambre,
me entregaba su blancura y justifica su causa viva.
Tras el último bocado, el último sorbo de dulzura,
¿la porcelana quedase limpia?
Pasará los días, y llegaran las noches
¿volveré a verte vacía, tan pura, tan etérea?
Soy quien te admira y te deleita,
pero no consigo llenar aquello que grima cada cena.
Justo ahí, ese rencóndito sitio,
nada encuentro, nadie busca habitar.
Es una nada, un vació especial,
no importa la masa, ni el color, ni el olor,
ni el sabor peor la forma.
Es evasiva y omisiva,
exigente y caprichosa.
Quisiera olvidar su presencia,
con atracones sobre límpida losa.
Pero aborrezco la primera
por no saciar a la segunda.
Esperanza clamo en esa oquedad especial,
cuando encuentre la mesa blanca y una cena insustancial.