Desde tiempos antiguos llegó aquella fiera
de su boca salía fuego y sostenía las velas,
tomaba a grandes saltos sorbos de vida,
esperando tener aunque sea esa dicha.
Todos huían de ella cual manía
sin darse cuenta que no se podía.
Miraban temerosos por la ventana
como si fueran ratones yendo de caza.
La flaca salía y a todos veía
para mal o bien siempre reía.
Porque ella era eterna y los demás no
y aunque corrieran siempre los alcanzó.
Obscuro manto con el que cegaba,
a unos tristeza daba,
y a otros alegraba.
Llegando la hora predestinada
con sus mejores ropas a todos halagaba.
Tomaba las manos y también el alma
para con Dios llevarle salva y guarda.
Lágrimas corrían en su presencia
pero el descanso también lo hacía.
Pobre flaca que está condenada
a llevar consigo su mala fama.
Ésta es la triste rima de una calaca
que aunque buena es,
siempre se piensa al revés.