¿Nunca les pasó que debieran cambiar algún programa previamente preparado por alguna circunstancia o algún hecho fortuito?. Eso es lo que me sucedió a mi, que de estas cosas tengo un montón.
Tomo el bus para dirigirme a una cita de trabajo, son las dos de la tarde y con tiempo de sobra para el encuentro, el sol se metía con todo por la ventanilla del vehículo y me gustaba su tibieza, me hacía bien, los ojos se me iban cerrando poco a poco a causa de la somnolencia y sucedió lo previsible…ME QUEDÉ DORMIDO.
Me despertó la voz del chofer que me decía: señor llegamos a la terminal. Me desperecé y observe que estaba en el barrio de la Boca, precisamente en la calle Caminito, tan atada a mis afectos y me puse contento sin saber porque.
A raíz de esto no podía cumplir con el compromiso contraído, pero era un argumento válido para recorrer después de muchos años, esta calle que tiene tantos duendes, que basta con poner atención para verlos corretear.
A continuación me comunico con la gente que me estaba esperando, disculpándome por no poder acudir a la cita y me doy cuenta que tengo varias horas en blanco, por consiguiente decido ponerme en movimiento, no se como ni por donde, la cuestión que aparecí por la calle Leandro Alem, entonces me dije: ya que estoy aquí me voy a pasear por el centro.
Comencé a deambular a la deriva y la marea cual camalote flotante, me depositó en la calle Suipacha.
En ese momento me despabilé de mi letargo al ver venir hacia mi una angelical muchachita, me miró y me derretí cual helado al mediodía en un día de verano, (bueno, algo así) y yo siempre enamoradizo crónico pensé que tal vez me “ganaba el día”.
Al llegar a mi altura me escuche decir una huevada digna de mejor causa, ¿ no me querés llevar? estoy de oferta, me sonreíste y lo primero que atiné a pensar fue: esta mina está muerta por muá, pero siguió de largo sin darme ni cinco de bola.
Después de este fiasco y con la moral a la altura de mis tobillos, decidí pegar la vuelta pero recapacité y me dije, ya que estoy en el centro voy a aprovechar para hacer algo que me encanta, recorrer alguna librería de viejo.
Entré en una y comencé a revolver los ejemplares en busca de algo que me atrajera, revolviendo y revolviendo hasta que al fin encontré algo que me impactó.
Mientras estaba en ese menester, se acercó a mi un señor, me saludó amablemente y comenzamos a conversar del placer que nos daba hojear antiguos escritos y otras cosas por el estilo, sin dejar de lados los problemas del país y en especial…LOS DE LA GENTE.
Mientras tanto no podía dejar de mirarlo, pues su cara me era por demás conocida, llegué a pensar que en un tiempo habíamos llegado a ser amigos, para no seguir conversando de pie, decidimos ir a tomar un café al bar de al lado.
Tuvimos una larga y fructífera charla sin dejar de lado ningún tema, hablar con dicha persona fue para mi de lo más fascinante.
Cuando me fijé la hora ya se había hecho noche, nos levantamos y ya en la puerta, le dije que para mi había sido un placer el haberlo conocido y que gracias a eso había aprendido un montón de cosas por demás interesantes.
Yo soy Boris Gold, mucho gusto le dije, contestándome dicho señor: el gusto fue mío…JOSÉ INGENIEROS.
Nos miramos por última vez mientras yo apretaba sobre mi pecho el ejemplar que había comprado, uno podía leer en la tapa el título: ¡ EL HOMBRE MEDIOCRE!.
Por último me fui tras el guiño de una estrella que me encandiló, sin darme cuenta que del otro lado de la luz…ME ENCONTRARÍA CON EL FANGO.
José Ingenieros te llamabas
Fuiste un grande del ayer,
Soñé que era tu amigo
Que pena…no pudo ser.
Boris Gold
(simplemente…un poeta)