Alcanzo el número cien sin haber empezado
(sin tener la sensación de empezar)
Me sigo divirtiendo jugando a ser poeta
(sin serlo ni por asomo)
A veces soy un simple asno de Buridán
(me pierdo en la elección o en la ocurrencia)
Rocío la púrpura que me-supe-tener-escondida
(que a veces me mancha los dedos cuando hurgo)
Alimento al niño que llevo dentro como fiel escudero
(Todo niño lleva un hombre dentro, ese hombre
debe conservar a ese niño para poder sonreír al arco
iris que brota de una olla llena de monedas de oro)
Me gusta saberme mandrágora, fruto del último
ahorcado bajo la vorágine de la intransigencia.
Mi alma, mecida por un coloide letárgico, se hace
navegable ante la espera inmóvil de los barcos que
anhelan faenar al amanecer.
No me canso de profesar humildes homenajes a
aquellos que proyectan los rayos que hacen rielar
mi amnios uterino.
Huyo de las baladronadas que otros dispersan sin polen.
(sorprendidos por la magia de su hemisferio derecho).
Mi crónica del cien está echada al aire del instante.
Espero el eco de un crujir de suelas, del anodino gorjeo
del último pájaro de la mañana que nace.
Así sean cien más...