Una tarde más, llega y se va,
Pero tu azucarada sonrisa queda impregnada en mi instinto,
Y no sé qué olor es más abismal,
Si el olor a un café fuerte que provoca placer
O el aroma de tu carcajeo que embelesa todo ente.
A veces llegas con esa fisonomía un poco desgastada
Del trabajo, del estrés o del intelecto,
Pero entre más te observo, noto que no necesitas falsear tu perfil
Porque todo el tiempo pareces serafín que con o sin luz,
Siempre acarreas esa traza mágica mezclada entre tu intelecto y tu venus.
No lo niego, verte al atardecer es mi avidez;
Llego temprano, y dejo de hacer todo por explorar un poco más de ti,
Y como desearía que fueses un continente inexplorado para llegar a descubrirte
De esa manera me autoproclamaría el mesías de tus bordes:
Sí, el borde de tus sonrisas, de tu anca,
De los límites del norte de tus cabellos al sur de tu base.
Y no me importaría que me tomase años el aprender a recorrerte,
Pero lo haría lentamente para no dejar ni una sola península de tu cuerpo desconocida
E intentaría ser lo más afable al trotar con mis manos los caminos de tu tez,
Y por las noches,
Siempre acamparía cerca de las ventanas del alma de las montañas del norte
Para encontrar el tesoro más valioso dentro de los luceros de tu existencia.