Lado A
Vale, vale.
Hablemos de marciano.
Marciano amaba a esta chica, claro que sí; todas las noches llegaba del trabajo cansadísimo.
Marciano trabajaba en telecomunicaciones estelares, interceptando mensajes, creando claves de comando y emitiendo señales al inmenso espacio. La vida le regalaba todo lo que necesitaba, marciano estaba contento y su vida era buena...
Ahora.
Marciano tenía una novia, ¿Sí?.
Supongamos que una chica verde de enormes tetas, suaves escamas, tentáculos por cabello, pelotas blancas por ojos, una boca secundaria que se abría en su nuca, además de unas nalgas de infarto.
Marciano amaba a esta chica, claro que sí; todas las noches llegaba del trabajo cansadísimo, 12 putas horas todos los días en la oficina. Cuando llegaba le tomaba de la cadera y le decía nena, tengamos hijos, nena, tengamos una casa, tomemos vacaciones, larguémonos nena hacia alguna isla de un lejano planeta, pídeme lo que quieras nena, te doy mi amor y las estrellas.
Y ella le decía joder que quiero hijos contigo, joder que yo te amo, lléname de besos, lléname de amor.
Marciano besaba sus bocas y le abrazaba.
Todo era lindo.
Todo estaba bien.
Lado B
La novia de Marciano se sentía tan sola cuando él no estaba. Se iba muy temprano y llegaba muy tarde, no había nadie con quien pudiera pasar el tiempo, lo siguió hasta la gran ciudad dejando todo lo que conocía. Cogía el teléfono cada tercer día y llamaba… Sí mamá, todo va bien…¿Cómo estás?....Sí, Oh no, no de nuevo….¿Papá sigue molesto?...Le durará toda la vida…Sí, me trata bien…Sí….La ciudad es linda…¿También estás molesta?...Por favor no me grites…Les extraño tanto…Por favor, dile a papá que lo quiero…Te amo mamá….
Cada tercer día ella lloraba, salía al parque, caminaba y miraba el cielo con su tercer sol, el cielo con su cuarta luna, el cielo con su vacío irreconocible.
Ella frecuentaba un bar en la octava avenida sur.
Hacía un tiempo que ella había conocido a un enorme ser color gris metálico en aquel bar.
Él le regalaba una copa y ella se dejaba tocar los muslos.
Ella le sonreía y él se dejaba acariciar las húmedas escamas.