Max Hernandez

Fiesta de primavera... Cuento

Era un día normal en la escuela que se encontraba en la mitad de la aldea, ubicada a su vez en la mitad del bosque de un lejano país de maravillas.

En esta pequeña mágica aldea vivían muchos insectos. Eran todos amigos con excepción de las avispas. Y es que las avispas, mis amigos lectores, suelen ser muy abusivas. Gustan de maltratar a los mas pequeños y de robar la comida de otros. Pero de esto no trata la historia.

Este pequeño cuento se inició en la escuela, donde los niños insectos aprendían a leer y escribir y todas las demás cosas que debería de saber un insecto adulto. La maestra Juana, la araña, estaba haciendo una pequeña encuesta. Y es que se acercaba la primavera y era costumbre en la aldea celebrar este acontecimiento de singular manera.

Ya antes habían hecho ferias, competencias y concursos de cantos, también concursos de potajes y muchas veces hubieron juegos florales, donde se declamaba mucha bella poesía.

— Hagamos un concurso de dulces. Dijo Alejandra la pequeña abeja.
— Mejor que sea un concurso de saltos. Dijo Fernando el saltamontes.
— Y si en ésta ocasión hacemos un concurso de fuerza? Dijo Pedro el escarabajo con firmeza.
— Mejor repitamos el concurso de música y canto. Dijo Enrique el grillo violinista con displicencia. Y es que ya había ganado varios de estos concursos (realmente todos) y mostraba sus trofeos ganados muy ufano.
— Propongo un concurso de baile! A viva voz dijo Ira, la pequeña hormiga que hubo de subirse a su silla. Ya hemos tenido muchos concursos de todo tipo, pero nunca hemos bailado entre amigos...

Aplaudieron todos de pie esta gran propuesta. Y el mas entusiasta de todos era Eric, el ciempiés, que aplaudía muy feliz y contento. Y es que deben saber nuestros lectores, que Eric estaba enamorado de Ira en secreto. Soñaba con aquel mágico momento, donde tomados de las manos bailaran bajo la luz de la luna y las estrellas, y donde pudiese confesar a Ira sus sentimientos. Eran buenos amigos Ira y Eric. Pero el pequeño ciempiés quería ser mas que eso ya por mucho tiempo.

— No se diga mas —dijo Juana la araña, la seria maestra— haremos un concurso de baile y luego una gran fiesta. Así recibiremos felices bailando a la hermosa Primavera que ya se está acercando. Todos aplaudieron y de felicidad mil hurras vitorearon. Alegres se fueron a casa, a preparase para la genial fiesta.

Desempolvaron vestidos y trajes, sombreros y zapatos, corbatas y guantes, chalecos y pañuelos.

Eric entusiasmado lustraba sus cien zapatos. Estaban un poco viejos y gastados, pero usando pasta les sacaría mucho brillo. También tenía una corbatita michi y un sombrero de Copa para completar su atuendo. Estaba tan ocupado lustrando Eric todos sus zapatos, y hacia con tanto empeño este difícil y largo trabajo, que quedó muy agotado por no haber poder dormido, ya que toda la noche se ha desvelado, lustrando con pasta y sacando brillo a sus cien zapatos. Y es que deben recordar queridos amigos lectores, que los ciempiés tienen cien pies y solamente dos manos. Así que se quedó dormido, nuestro buen amigo Eric el ciempiés en su cama. Se levantó muy tarde el día domingo, cuando ya toda la gente almorzaba.

— La fiesta es hoy en la tarde! Todos comentaban contentos.
— Preparaste tus zapatos rojos? Se preguntaban unos a otros.
— Cómo es eso de zapatos rojos? Preguntó Eric intrigado.
— Dieron el aviso en la mañana, que todos deben usar zapatos rojos para esta fiesta de primavera, para alegrar la temporada.

Eric quedó perplejo. Sus zapatos eran negros. Brillantes y relucientes, parecían zapatos nuevos. Vio con gran asombro que todos tenían zapatos rojos, padres hermanos tías y tíos, y hasta rojos eran los zapatos del abuelo.

— Mis zapatos no son rojos, son negros. Y ahora que hago?
Con tristeza y a punto del llanto preguntó Eric. Pero su papá dijo en el acto:

— No te preocupes hijo mío, iremos a la tienda de zapatos de Margarita la mariquita y te compraremos los cien zapatos necesarios. Vamos ya que no tenemos mucho tiempo.

Y así con toda la familia en pleno, llegaron a la tienda de Margarita casi corriendo. Sudando y jadeando, casi sin nada de aliento. Margarita estaba cerrando, había tenido un día ajetreado, casi toda la aldea la había visitado y mil pares de zapatos había despachado.

— No cierre por favor señorita —dijo a las justas el papá de Eric— necesitamos unos cuantos pares de zapatos rojos para mi hijo.

— Zapatos rojos? Ya no me quedan de ese color. Se los llevaron todos.
— Todos? Replicó Eric compungido.
— Si señor, se los llevaron todos y ahora, con permisito, debo cerrar porque hoy fue un día muy ajetreado. Hasta luego.

Y sin decir más, Margarita la mariquita cerró con estruendo las puertas de su tienda. Y colgó feliz el letrero de «cerrado» y se fue cantando.

Con mucha tristeza regresaba Eric con toda su familia a la casa. El pobre iba llorando, gimiendo y suspirando. No había consuelo para el pobre Eric, sin zapatos rojos no podría asistir a la fiesta.

— Hola Eric, por qué tan triste? Era Ira la hormiga que, de la mano de su mamá, regresaba de la peluquería.
— Hola Ira, buenas tardes señora. No podré ir hoy a la fiesta...
— Por que? Preguntó con asombro Ira.
— Es que no tengo zapatos rojos... Y se puso a llorar Eric sin poder contener su tristeza.
— Tranquilo Eric, se nos ocurrirá algo. Dijo Alejandra la abeja, que también regresaba con su mamá de la peluquería.
— No hay nada que hacer, no podré ir a la fiesta. Mis zapatos son negros y entrar con ellos no me permitirían...

Y así estaban todos muy tristes y apenados, pensando como poder ayudar al pobre muchacho. Hasta que Ira de un momento a otro dijo en voz alta:
— Quizá podrían fabricarle los zapatos, en la gran fabrica de las hormigas. Papá allí es el jefe, le pediré que lo haga de inmediato!
Emocionada estaba Ira y sonreía y reía. Pero su mamá le dijo muy bajito al oído, como para que solamente ella le escuche:
— Hay un pequeño problema hijita. Es cierto que pueden hacer los zapatos en la fábrica y muy rápido, y también que todos los obreros estarán dispuestos a colaborar con esto, pero... Se agotan rápido y necesitan mucho alimento. Y lamentablemente hay poca comida en la fabrica en estos momentos...

Estaba Ira algo compungida, y con tristeza abrazaba al amigo. En eso Alejandra la abeja le dijo pensativa:
— Y no podrían comer miel las hormigas?
— Claro que si —dijo la mamá de Ira relamiéndose— No hay mejor manjar predilecto que la miel de abejas para cualquier insecto...
— Mamá, podrías? Dijo Alejandra a su mamá haciendo un puchero. La mamá abeja sonriendo, hizo un afirmativo y real gesto. Deben saber nuestros amigos, que ella era la reina madre de la colmena, y que habían tenido una muy buena producción en esta temporada.

Un gran abrazo todos se dieron. Agradecieron a las abejas y a las hormigas por el enorme gesto de ayuda.

Eric tuvo sus cien zapatos rojos a tiempo, y pudo asistir al baile con sus amigos y disfrutar de una tarde de baile, diversión y alegría. Obviamente fueron pareja de baile con Ira la hormiga. Participaron en el concurso, pero no llegaron ni a la segunda etapa. Igual todos disfrutaron del genial zapateo de Eric. Y a todos les divirtió la fiesta plenamente.

FIN.

Nota: Eric no le dijo nada a Ira de sus sentimientos. Eso sucedió mucho después, pero ese es ya otro cuento...