Dicen las malas lenguas que si le pides
a la vida algo con insistencia, puedes
correr el riesgo de que te lo conceda,
y una vez concedido, ¿Qué haces con ello?
En ese momento es cuando empieza lo
intrincado porque es más difícil gestionar
el éxito que el fracaso.
El éxito es tan deslumbrante como un aluvión
de halagos que humedecen las chorreras de tu
camisa de los domingos.
El éxito que se puede preciar de tal es aquel
que no te exige rendir cuentas una vez
disueltas las mieles en el zumo lácteo de la
fragancia congénere.
Es como el amor que se alcanza tras una suma
de químicas convergentes. ¡Vamos a ver!,
¿ Si te gusté esa noche que coincidimos en el
concierto por lo que te decía, por mi mirada...,
por qué ahora quieres remodelarme a tu imagen
y semejanza; no estás corriendo el riesgo de
convertirme en un constructo frankensteiniano
que repudies tan solo ose abalanzarme a tu cuello
en desenlace prometeico?.
¿Quizás sea que te espanta tu imagen en mi espejo
una vez pasada la fiebre endocrina?