Hoy mis infiernos se posan tímidamente en mis ojos,
Con el miedo latente de ser descubiertos,
Apagados…
De ser bendecidos y salvados.
Yo elegí este secreto.
Soy parte del complot eterno entre el bien y el mal,
Entre cortar alas ajenas o amarrar solo las mías,
Como si mereciera el peor de los castigos.
…y en verdad lo merezco…
No tengo el poder suficiente,
Para arrebatar el fruto del árbol sagrado,
Aun cuando su sabor ya forme parte mi piel,
Seguirá lejano,
Y tentador,
Y prohibido.
Soy la cosecha de lo indeseable, de lo inmedible,
Solo las manos del olvido se atreven a estrujarme,
A regalarme caricias falsas,
Y besos pintados.
Sus falacias seducen mis oídos,
Mi boca,
Y aun consiente del acto me entrego ciega a sus espinas,
A su huerto solitario,
A la firma ajena de su piel.
Al riesgo de juntar las semillas y que me las arrebaten,
Que despojen mis poros de sus flores sintéticas.
Quisiera también su amor y no solo su aroma.
¡Dios! ¡Tómame ahora y condéname a tu fuego!
¡Tu bendita furia purificará mi vientre y mis manos!
No quiero ser más esa hija que avergüenza,
Que daña,
Que miente,
Aquella por la que las estrellas mueren y los planetas colapsan.
Déjame sentir tan solo una vez tu amor.
Déjame sentir que no necesito amar a alguien más para ser feliz.
No quiero vivir del sentimiento del hombre…
Me da asco.
No quiero jurar amor y escapar a otros brazos.
Dame una señal,
Otra que no sea la cuerda y la silla.
Ya estoy demasiado muerta,
Como para asesinar mi cuerpo.
Ya no quiero que el vino me sepa a sangre.
Déjame escapar.
No me dejes morir en esta mortalidad.
Acuchíllame ahora con tu bondad Dios mío,
Y podré descansar.