Salí del trabajo con un presentimiento.
Decidí volver andando a casa, para ventear
la tensión que me producía soportar la negrura
que advertía en lontananza.
Alumbré distintas soluciones a las tribulaciones
que me saeteaban el corazón desde mi pensamiento.
Oscilaba a caballo entre la desesperación
y la incredulidad.
Me sentía arrojado del nido que me había abrigado
desde la erección de mi última nueva vida.
La prueba del nueve de todo lo que pensaba se cifraba
en la prestancia constante y no requerida de mi vecino
Manuel.
Recuerdo que, durante las horas que compartimos este
último fin de semana, puso como chupa de dómine a mi
exmujer.
Me cocinaba a fuego lento durante todo el trayecto sin
darme cuenta de la abyección que frisaba la condición
humana.
Ensarté la llave en la cerradura y noté como el respingo de
un resorte, un aullido de mujer implorando comprensión y
un frufrú constelado de temor por ser descubierto.