Adherido a la desesperante paz
que provocan los besos
dulces
de tus tiernos labios,
aprendido con mágicas caricias
dibujadas en el rostro,
cercado por el amor
y sus extensas alas,
me interno en las alturas,
salpico los ojos de alegría
y felicidad,
anego mi ser
en la tarde bella y moribunda
que mansamente rendida
cae
en brazos del anochecer,
el mismo que nos espera detrás
de horas inciertas,
del otro lado del mar de las ansias,
paciente y calmo,
con la clara certeza
de hallar a dos almas enamoradas
y a pieles sedientas,
entregadas al goce supremo,
allí donde los cuerpos danzan,
y las células se bañan
en sudor
de una desbordante
y loca pasión.