Cuenta la leyenda sobre cómo un chica con el corazón más generoso que alguien podría llegar a tener, se enamoró una vez del chico con la mirada más fría y solitaría que cualquiera se podría encontrar caminando por las calles.
Ella lo quería tanto que no soportaba la simple idea de que él se sintiera el hombre más desafortunado del mundo, así que hizo hasta lo imposible por arreglar aquella mirada perdida. Ella misma quiso cavar su propia tumba al entregarle todo a un alma vacía.
Le hablaba cada noche y día deseandole lo mejor, lo abrazaba con el cariño del mundo entero, lo miraba como si él fuera la joya más hermosa, lo tomaba de la mano para que él nunca se sintiera solo, lo besaba con la ternura y delicadeza que ella pensaba que necesitaba, estuvo con él en sus caídas para animarlo a seguir adelante, lo hizo ver el mundo con colores hermosos y brillantes, le dedico su tiempo y espacio, incluso su ser, con la esperanza que algún día él aprendiera a amar, él aprendiera a amarla a ella.
Las horas, los días, las semanas, los meses y los años pasaban y esa chica se sentía cada vez más débil, las mañanas eran pesadas y las noches solitarias, lo único que le levantaba el animo era ver a ese chico sonreír cada mañana cuando sus miradas se cruzaban. Un día se levanto y el chico ya no sonreía al verla, ya ni siquiera la miraba, pasaba de largo y fingía no ver nada, el débil y acabado corazón de la muchacha se empezó a resquebrajar lentamente mientras veía que él dedicaba su sonrisa a otras miradas.
Fueron noches, tardes e incluso días de una terrible depresión causada por el mismo chico que antes le daba sentido a la vida.
De repente las flores se empezaron a marchitar y los colores daban la impresión de huir de ella. Se preguntaba todos y cada uno de los días que pasaban ¿Qué había hecho mal? Donde estaba el error que había cometido como para alejar a ese chico de ella. Se había perdido a sí mismas sin haberse dado cuenta.
Entonces pasó, caminaba con los hombros caídos y la mirada baja, si sonreía era por simple cortesía, si cantaba era para desahogar su alma que siempre lloraba por dentro. De repente la vida no tenía sentido, y se dio cuneta que los papeles se habían invertido. Había reparado la mirada de aquel chico roto y, como pago a la vida por ese favor, su corazón se había quebrado como un cristal que cae al suelo. Ella lo quiso hasta el punto erróneo de entregar su alma por salvar la de él.
No se arrepentía, aún después de tanto dolor y sufrimiento, le daba algo de alegría ver de lejos lo feliz que ese chico era con o sin ella.
Entonces se fue, dio media vuelta y fue caminando por el mundo, con una sombra sobre ella tratando de encontrar una persona con el corazón tan fuerte como para devolverle el brillo a su mirar sin perderse como ella lo hizo.