Puedo mudarme a otra casa
pero no puedo irme de mi.
No puedo salir de mis manos
ni puedo escapar de mis huesos,
tampoco puedo irme de mis ojos.
Aquí estoy,
sentada adentro mío,
viéndote pasar una y otra vez
por el circuito inevitable
de mi sangre.
Ida y vuelta,
de la cabeza a los pies
y viceversa.
Aquí estás,
tan adentro mío
que ahora lates con mis venas.
Quisiera salir corriendo
de mis órganos
tirar mi piel por la ventana
y gritar/decir/cantar
la palabra amor
sin que acudas, puntual,
a mi lengua.
Pero ya ves,
aquí estamos los dos,
sentados adentro mío
-mirándonos-
y sin poder tocarnos.