El semblante de mi ego canta
tristes tonos de índigo
tras el lívido rostro
de una mirada al infinito.
La desidia de mi talante sepulta
arrogante el perenne sendero
de las escaleras hacia la nada
con su insoportable levedad.
El enjambre de avispas trajeadas,
con su zumbido siempre codicioso,
revela el camino a la colmena madre
y a los huérfanos sin nombre que la habitan.
Y las paredes de cristal y cieno
arremeten contra el plomizo cielo,
para celebrar la arrogancia de
los insectos y su peculio.
¿Qué escondes tras tu sonrisa
heraldo de las malas nuevas?
Preguntóme aquel de colmillos
dorados y alma podrida.
¡Ignorante! ¡Necio!
¡Varón de pensar infante!
Contesté con la angustia besando
el asfalto de azufre burbujeante.
Si mi sonrisa fuera un grito de júbilo
seríais sordos testigos.
Si mi sonrisa reflejara el vivir de mi alma
todos lloraríais conmigo…
Icarus