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La respuesta del lago (Relato)

Las aguas quietas del lago son testigos de nuestros afanes, de nuestros miedos.
Reflejan la luz del mediodía, el verdor del bosque, el color del cielo... y los pesares que nimban nuestros ojos si lo miramos fijamente.
Me gusta pasear por la orilla al caer el sol, cuando se cubre de una pátina dorada que poco a poco se va transformando en reflejos nacarados, y ese cambio de tonalidades se asemeja a la evolución del color de mis cabellos y de mi propia vida.
A veces, cuando una suave niebla oculta el horizonte, siento que mis almas queridas se posan en su superficie y me hablan...

Aquella tarde, estando yo en estas contemplaciones, me sobresaltó un ruido de pasos fuertes e inseguros. Era un muchacho que corría hacia el lago. Al llegar al borde del agua cayó de rodillas, permaneciendo tan quieto que parecía no respirar, pero poco después, observé cómo su cuerpo se estremecía en movimientos convulsos.
Me acerqué con premura hacia él y le reconocí: Se trataba de Mikel, un vecino de Amaia, mi gran amiga de la infancia. Le conocía desde niño, cuando fue a vivir con sus padres a esa casa. Había coincidido en múltiples ocasiones con él y con su madre, en la escalera o en el portal.
Amaia me relataba frecuentemente las penurias de esa mujer. Su marido, el padre del chico, les había abandonado tiempo atrás y desconocían su paradero.
Txaro, que así se llamaba, era una mujer sencilla, muy simpática, siempre preocupada por su hijo, se diría que vivía entregada por entero a él, con el que era extremadamente cariñosa.
Tenía unos ojos enormes, que se iluminaban cuando hablaba de Mikel, de lo inteligente que era, de lo que progresaba en el colegio… Trabajaba incansablemente para sacarle adelante - como solía decir - y la recuerdo con una amplia sonrisa dibujada en su rostro.
Pero las cosas habían cambiado. Hacía unos dos años me contó Amaia que Txaro estaba muy ilusionada porque había conocido a un hombre, Mateo, que era encantador, que la adoraba, que era amabilísimo con ella, que la llevaba a cenar a restaurantes de postín, que la colmaba de detalles...


Y al poco tiempo, Mateo se fue a vivir con Txaro y Mikel.
Mateo tenía buena presencia y, efectivamente, parecía encantador.
Pero a mí, su mirada me transmitía otra cosa. Miraba de soslayo, como quien no quiere traslucir alguna verdad oculta. Podían ser imaginaciones mías…
Poco a poco a Txaro la veíamos cambiar de actitud, de aspecto. La amplia sonrisa había desaparecido de su cara, apenas contestaba con un saludo huidizo cuando nos encontrábamos en el portal o en la calle.
Vestía con ropas que la tapaban casi completamente, a pesar de hacer calor: pantalones anchos, blusas amplias de manga larga... ¡Qué diferencia con otros tiempos en que era una alegría verla con sus vaqueros ajustados, sus camisetas de colores vivos, sus largos pendientes!
- ¿Y el pelo? -me comentaba mi amiga hace unos meses- ¿Te acuerdas los moños tan graciosos que solía ponerse Txaro? Pues ahora va siempre con coleta, ni siquiera lleva melena suelta.
Mikel se mostraba huraño, taciturno. Apenas contestaba con monosílabos a cualquier pregunta y sus ojos, idénticos a los de su madre, estaban empañados por una sombra de tristeza.
Mi amiga había empezado a preocuparse. Quería mucho a ese chico, le había cuidado muchas tardes o cuando estaba enfermo porque su madre tenía que trabajar.
Yo le solía decir que lo de Mikel sería mal de amores, que tenía diecisiete años, que los adolescentes, ya se sabe...
Pero dejamos de verle. Parecía que se había marchado de casa.
Txaro, balbuceando, decía que se había ido a estudiar fuera, que vivía en casa de unos parientes, que
- ya sabes, Amaia, las ganas que tengo de que estudie y saque una carrera.

Pero mientras lo decía, sus ojos no se iluminaban como antes cuando hablaba de su hijo ni se le asomaba esa sonrisa que le llenaba la cara. Y miraba furtivamente a Mateo, como esperando su aprobación, quien la sujetaba muy fuerte del brazo.
Algún fin de semana Amaia vio al chico entrar en la casa y marcharse dando un portazo.
- ¿Sabes? -me explicaba Amaia la semana pasada- No he querido hablarte de esto hasta no tener más seguridad, para que no pienses que me meto en lo que no me llaman o que me preocupo en exceso. Desde hace meses, con cierta frecuencia oigo gritos en casa de Txaro y golpes como cuando se caen o se tiran muebles. Esto es algo muy delicado, pero me temo lo peor . Y no sé qué hacer.
He intentado hablar con ella y me responde con evasivas .
¡Si pudiese hablar con Mikel! ¡Pero no sé cómo localizarle!


Y aquella tarde Mikel se encontraba delante de mí, arrodillado en la orilla.
Parecía ensimismado. Miraba al lago con gesto interrogante como buscando respuestas, y sus ojos, idénticos a los de su madre, muy abiertos, brillaban con una mezcla de rabia, de estupor y de miedo. Agitaba la mano derecha de forma compulsiva, con el puño cerrado, de arriba abajo, una y otra vez...
Tuve que repetir varias veces su nombre, alzando el tono, casi gritando, hasta que volvió su rostro sorprendido hacia mí
- Mikel, ¡qué te pasa!, ¡qué te pasa!
- Na da, na da, respondió con voz entrecortada.
Algo me vino a la memoria, aunque no recordaba bien de qué se trataba, y alarmada, le pregunté por su madre
- Mikel ¿ cómo está tu madre? , ¿ cómo está tu madre?
Y como no respondía, le cogí por los hombros, zarandeándolo, forzando a que me mirase. Se dejaba hacer, parecía un pelele, era un cuerpo sin voluntad.
- ¿Dónde está tu madre?, grité con todas mis fuerzas mientras a mis oídos llegaba un mensaje que Amaia me había dejado en el contestador: “Creo que el maldito hijo de ... por fin lo ha logrado”. No reparé en su importancia en aquel momento, y pensé llamarla por la noche.


- En el Hospital, contestó Mikel
- Y él, ¿dónde está ÉL? ¿Dónde está Mateo?


Mikel no necesitaba pronunciar ninguna palabra.
Yo no necesitaba oírlas.
Veía su puño cerrado moverse insistentemente de arriba abajo, de arriba abajo, de arriba abajo.
Veía sus ojos incrédulos, desorbitados.
Veía la niebla que ocultaba el horizonte y una sombra temblorosa mecida por la brisa.


Y un horror sin límites se reflejaba en las aguas nacaradas del lago.