Eres como la luz que salta
en el interior de un grano de trigo.
Tus manos delgadas caben
en las hospitalarias manos mías,
dejando su memoria
en las puntas de mis dedos.
Mi mano es mapa y es campana,
y tu contacto, le despierta ríos,
con olor a playa de mañana,
nadando en los colores del alba,
que van agujereando el cielo
de un país muy verde.
La música de mil canciones,
anticiparon la resurrección
de las calles, por donde
tu figura, deja un manojo
holgado de espigas blancas
balanceándose en el aire.
La sal de un trópico entero,
curtió tu risa y encendió tu pelo;
alargó tu cuerpo sobre un lienzo
azul y transparente,
donde descansan caracoles amarillos,
olas de espumas blandas,
y trinos de sinsontes campesinos.
Un canto azul se enciende
entre rosas desveladas,
cuando tu voz, cristal de agua,
hace que el viento vibre,
tras las cálidas ventanas
de una ciudad trasnochada.
Partir de ti, entonces duele,
como un ciego pozo
que ha perdido el agua,
es todo el peso del día,
reposando sin sosiego,
en las costas acantiladas de la espalda.