De este sol
que apenas conociera los ocasos,
y entre las hebras de niebla
que emergen de la desnudez
de esta mañana manuscrita,
quiere alzarse una devota luz
deudora de sus sombras,
como una culpa
que se midiera por su peso.
Así vuelvo a tu paisaje
de tiempo sin palabras,
de obstinada raíz en la cola del viento.
Tierra que fuera abierto vientre,
ahíto de quimeras,
de nombre antiguo,
de blasón viejo,
de sabía sangre
que tus piedras ennobleciera.
Entregada a tus gestas,
solo un rimero de calcinados huesos,
antaño espoleada hueste de recia arteria,
hoy es desván y columbario,
oxidado tambor de tu memoria.
Y trazo tus lindes
en la bondad que te adormece,
en la furia que te subleva
y hasta en tus yerros.
Ahora vuelvo a mirarte
con la fe antigua del resucitado,
con la bruma del que ya es anciano,
con el dolor callado que ha de hacer
aún más longevo el duelo.
Mi amada ausente,
indelebles huellas son mis heridas
y a ti regreso.
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