No necesito estar ebrio de absenta
para escribirte un poema;
sólo caminar por mi soledad
para encontrar el sendero que
conduce hasta ti, mujer,
mi mujer…
Bebí en el manantial de tu cuerpo tus húmedos besos, tu húmedo sexo, tu frío sudor, tu temblor. ¡Mírame a los ojos y calla! Escucha mis silencios. Cada suspiro es un te adoro, cada caricia es un te necesito, cada beso es un te quiero, cada abrazo es un te amo. Mis silencios son mis palabras. Que no amanezca el amanecer con unos labios fríos y distantes, que no te arranque yo un beso sin un futuro, que no pierda el tálamo el calor seguro de nuestros cuerpos sudorosos de amantes recién acabados de fundirse en un único ser … ¿Volverán los silencios a invadir la alcoba que en otros tiempos se llenaba de mis lloros, de mi gemir? ¿Recordarás los largos sollozos, mis tristes palabras, mi vida, que en breves poemas yo te leía? ¿Regresará aquel venerado verano de áridos azules cielos cargado, pincelado con gráciles nubes?... ¡Déjame acurrucarme otra vez junto a ti! Aunque sea yo perdedor, sea yo algo libidinoso, sea yo un poco bohemio, sea, a veces, bastante lascivo; Junto a ti, déjame acurrucarme aunque sea un poetastro herido por el silencio de muchos silencios. ¡Déjame ser capitán de mi barco! ¡Déjame llegar a ti, isla inaccesible, nieve de verano, calor de invierno! ¡Déjame beber otra vez en el manantial de tu cuerpo de mujer, mi mujer, mi amada!