Te miro y no pareces ser tú,
mas mi mirada se llena de tu mirada.
Adivino en tus ojos un cáustico deseo.
Hay playas donde el mar viene a morir,
recuerdos que ciegan la memoria,
carbones encendidos coronando los ocasos
y amores que, tan solo, han sabido de querellas.
En mi pecho aún anida una alondra de lívida tristeza
cuando tus manos tientan la oscuridad de mi cuerpo.
Tu boca se cierra, entonces, sobre mi boca,
y ascendemos en la noche como un viento
que con el humo se llevara las cenizas.
Amarte tiene un precio
en ese disfrutar del goce lento de las cosas,
en ese dolor tibio que queda contenido
cuando al final conquistamos nuestros cuerpos.
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