Deliciosa el alba en el campo
cuando despunta el ritmo
en el trigal de fino oro,
con la maleza que se une
al infinito paisaje lustre dorado.
En lo alto el reflejo de la hoz
se mueve en la fuerza fugaz
del humilde y noble campesino,
hundiendo en lo profundo del oro
esperando encontrar el poder del pan.
Triste y alegre se encuentra el ser
empeñando el trabajo por trozos de pan,
esperanzado en que su sencilla familia
pueda lograr cenar en el nebuloso invierno,
ya que más de la mitad del dorado
se lo llevare el burgués a otro lado.
Hermoso el rostro del niño que come
con la inocencia de creer que así será siempre
olvidando que el mañana no habrá pan
y el con sus pequeñas extremidades
tendrá que la hoz tomar, para ayudar
a la familia honrada que comer no alcanza más.
En la fulminante y fría ciudad
termina el suculento pan
en la mesa de una familia más,
que lo deja a medias en la madera
y al final el oro en la basura acabara.
El campesino y la humilde familia
tiembla en el invierno,
sufriendo el dolor del hambriento,
encontrando refugio en el amor,
luchando contra la muerte,
esperando al oro de la vida
para empezar de nuevo
en la injusta sociedad
que malgasta las manos
de la humildad dicha.