Mirar, sólo mirar
una mirada
(todo lo que cabe
en un paréntesis)
y saber ser inmortal,
como si la vida fuera suficiente
para asesinar a la muerte
y atrapar el miedo...
Difuminar el aire
con un respirar tardío,
un jadeo, un gemido,
con la alevosía escrita en papiro.
Derramar la eternidad
en un suspiro,
en un beso en desafío,
en las venas, en la aorta,
en los pistilos.
Como si se pudiera
preñar la vida de momentos
y sintetizar las aristas
de los vientos, de los tiempos,
de los vicios ciegos.
Fumar una sombra
en movimiento
y beber el sudor de un cuerpo
hasta estar, de gusto,
temulento.
Explorar el horizonte
en el espejo
y perder la conciencia en el cabello,
negro, inmantado, ajeno.
Y como si no hubiera final,
escuchar el canto vivo
de aquel pecho.