Juliana Agredo

TRASLUCIDA.

¡Ay!
Ahí. 
No, más allá, a la derecha.
Sí, ahí, en la comisura, 
en ese ángulo, un poco al centro. 
Justo en ese espacio, en ese lugar, en esa esquina entre el norte y el azar.
Bendita o bendecida.
¿Quién?
La fortuna, 
el asalto escondido en la pestaña,
el lunar que habita justo en su cadera, 
delicia de cadera, el beso la consume.

A veces, 

cuando el cielo se eleva, 
los pies se elevan y las manos, 
todo,
el alma, levita,
se levanta,
va hacia el espacio, 
halla una puerta, 
se entromete, 
no sale sino hasta que decide llenar de caricias un cuerpo,
un estuche en el que reside la magia, o el amor. Ambos. Ambas. 

Hay, entre sinónimo y antónimo, 

la exacta plenitud en que los labios gimen o ríen. 

¿El éxtasis de qué?


De un cuerpo, del alma disparando todo deseo.

traslucida alma,
traslucido cuerpo.

Ahí o allí. 

En el centro, su pecho.
En su pecho, el amor.
A la derecha, su hombro, el apoyo.
Arriba, sus labios.
Sus manos, el tacto, la caricia.
Toda, mi hogar.