Un tarro semivacío en la barra
de un bar pintado por ruinas,
con un jazz que armoniza de fondo.
Emergen películas en mi memoria,
las caricias de los ayeres dolientes,
cuando mi mujer besaba mis fuentes,
las aguas del río de mi sangre
y vivía en el ritmo de mi delirante vida.
Se avecinas sentimientos en mi latir
por todo aquello que en un recuerdo
me hace preguntar ¿Por qué existir?
La respuesta siempre es el rizo del cabello,
el olor del largo y exquisito cuello
lo fino de los dulces e infinitos labios
de aquella mujer que imagino al lado
de mi tarro de cerveza en el bar ruinado
esperando que gima un “te extraño”.
El jazz en sus notas se pone tenso y triste,
el aire apesadumbrado inunda mi soledad
que a su vez se vuelve áspera
con un trago más de deliciosa cerveza
dejándome en el limbo donde ella esta.
Vuelo en el trance del vaivén de sus caderas
como las olas altas que no sabes si terminaran,
me estremezco en el baile de sus piernas,
en las manías de sus movimientos al ver mi rostro,
me vuelvo loco con otro tarro más de cerveza
para terminar en el sexo de las sabanas mojadas,
recorrer el ramaje del alma suya,
escalando con sigilo las montañas de ella,
recorriendo las dulces pinturas que guarda
bajo las jaulas de las lunas que encarcela.
Estalla un ruido en mis tímpanos
con una voz roca y tosca
que no es el “te extraño” que deseo
es sólo una vez más el:
“amigo no es por molestar pero ya vamos a cerrar”
y solo sé que él “te extraño” no vendrá.