Hay un tiempo
que empieza y acaba en sí mismo
como átono grito,
como entraña que se devora a sí misma.
Un tiempo
que no sabe apreciar
el delicado equilibrio entre metopas y triglifos,
que desprecia la carne y roe los huesos,
que auspicia gigantes en la efímera luz
que surge de entre las nieblas,
que expira sobre horizontes
arrasados en dos pulsos de tinta.
Hay un tiempo
augurando en la noche monolíticas sombras,
camposantos de celestes estrellas,
y un diluvio de greda como divino holocausto.
En el ara de la luna,
no todo son sombras.
Tras la sangre, el silencio
de un océano que declina hacia el abismo
como último latido de la memoria.
Sin recuerdos, sin días, sin nombre
nada encuentra su sitio,
solo el agua sabe siempre hallar el camino.
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