... y cayó la noche
como su velo sobre mi lecho,
y calló la alondra su trino;
celosa de nuestros murmullos,
el lucero redobló su brillo
sobre las húmedas sábanas,
pretendiendo beber las huellas
de la pasión alocada.
Todo se convirtió en silencio
mientras la luna encantada,
reflejaba asombrada;
dos manos entrelazadas.
... y llegó el crepúsculo, enamorado
de una dulce brisa,
robándose inquieto y cómplice;
nuestros últimos suspiros al alba.
Autor: Jorge Aimar Francese Hardaick
- Argentina - 19-02-2017
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