El desierto inhóspito, árido, sin vida; allí me encontraba perdido entre sus cerros, sediento y con hambre, el sol quemaba a mi espalda y caminaba sin rumbo, perdido; para sentir algo de frescura iba contra el supuesto viento; ya llegada la noche me dispongo a descansar, somnoliento, agotado y abrumado, caigo en los brazos de esa noche con una luna que brillaba y hacía ver sombras en movimiento producto de la vaporización del frío de la noche y el calor del subsuelo, en eso aparece una mujer, hermosa, despampanante, llena de vida, voluptuosa, con su vestido blanco que brillaba gracias a la luminosidad de la noche, se fue acercando poco a poco, me convidó agua y alimentos, sentí como recuperaba las fuerzas, se recostó junto a mi entregándome de su calor corporal para pasar el frío de la noche; de manera inconsciente pero deseosos, comenzamos a acariciarnos y nos besamos, nuestros cuerpos comenzaron a rozar, por la penumbra y silueta que generaba la sombra de la noche mis manos se guiaron por su cuerpo y me aferre firme de sus muslos; le saqué su ropa a tirones, bese su cuerpo y nos fusionamos en el más excitante placer de amor, ternura, erotismo, excitación, sudábamos de placer entre besos, caricias y desenfreno; era plena madrugada y el placer sexual ya era intenso, nos dejamos llevar y nos quedamos dormidos. Al amanecer cuando desperté no había nada ni nadie, solo vestigios de una noche de desenfreno sexual, pero no habían huellas de pisadas de que alguien se acercará o se haya ido.
¿Quién fue esa mujer? ¿Por qué ya no estaba? ¿Cómo se había ido sin dejar rastros?
Al mirar el entorno, un poco más allá, había una animita (típica estructura tipo casa pequeña que indica que allí falleció alguien trágicamente), al acercarme pude leer:
‘Acá yace la mujer del desenfreno’, quien fuera en vida una mujer muy ligada a la entretención y placeres sexuales.