Salimos y aquel suelo adamantino
hería con sus haces nuestros ojos fijos.
Caminamos y un susurro cristalino
ascendía en espiral al tenue oído.
Nuestra piel era distinta, el aire era distinto,
angosto en nuestros pechos se alargaba el camino.
Nuestra sangre saltaba, se doblaba en los filtros
de las rocas gigantes que erigió nuestro instinto.
Nuestras venas bullían y trenzaban sus filos.
Un llamado imperante, un profundo estallido
azotó nuestros pasos...y de nuevo salimos.