Don Juriaco

La estatua del escultor (2005)

Tenía entre sueños un niño

esculpir la joven más bella,

entregándose a la obra aquella

con todo su amor y cariño.

 

La acariciaba  encantado,

disfrutando cada día,

la agradable compañía,

y esbelto cuerpo  admirado.

 

Enloqueció un día adulador,

de tanta hermosura preso.

Viendo que en un dulce beso,

le confesaba él su amor

 

al inocente escultor,

dijo la estatua de yeso:

—Resulta imposible amaros,

no moldeéis mi corazón,

 

es sin embargo ilusión,

mi eterna amistad juraros.

Sé que no recordaréis,

como tantos la  locura,

 

idearéis otra escultura,

y mi amor pronto olvidaréis.

—Eterna os doy juventud

—dijo aceptando el autor—

 

mujer de tanto valor,

bondad, e impar gratitud.

Por siempre espero alegraros,

y no os pintaré la vejez,

 

resista la eterna niñez,

y así juro nunca acabaros.

Entre el llanto y la sonrisa,

su pelo cano se haría,

 

envejeciendo él vería,

irse el tiempo a toda prisa.

No hubo noche que se fuera,

sin mirar a la escultura,

 

en la mano a la figura,

con un beso despidiera.

—La mano vengo a tomarte

—una noche dijo a ella—

 

cómo dejarte tan bella,

sin mi último beso darte.

Ofrecí a ti mi alegría,

y otros te terminarán.

 

Recuerda que no igualarán,

la niña que yo quería.

Así el artista murió,

dejándola inacabada.

 

Zagala que allí tallada,

por siempre joven quedó,

oculta hoy en su interior,

joven alma compañera.

 

Noches sin beso que espera,

la estatua del escultor.