Alberto Escobar

María Magdalena me llama.

 

 

Volvía del deber oscilando entre mitologías
cuando, de súbito, oigo a mi izquierda un lamento,
una súplica de clemencia de un cuerpo que yace
preso, preso de la circunstancia.
Reacciono a ella girando mi atención, que laboraba
entre letras, y diviso un sujeto menudo, que me llama
con un nombre que no alcanzo a comprender.
Sigo adelante haciendo caso omiso, masticando
la grima de pensar en la consecuencia de un contacto
sexual, mis pensamientos oscilando entre el infinito y
el estornudo.

Superado el escrúpulo de un imposible entendimiento
me cupo la desgracia de la chica, que aparecía apostada 
entre yerbajos, ante una realidad adelgazada en lágrima 
de abyección, donde la angustía vital se hace carne de
penumbra.

Me revisto de indignación ante tal esclavitud, maldigo la 
existencia de aquellos seres de tan baja estofa que sostienen
tal execración.

Quiero enterar a toda la humanidad de esta realidad que 
repugnaría hasta el más inhumano de los humanos, hasta los
susodichos \"aquellos seres\"...