Cuando le rezaba al dios en mi niño inocente
le rezaba con fervor entre las cuatro paredes
(cual canvas de acuarelas de submarinos y trenes)
y el techo atravesado de estrellas...
Cuando le rezaba al dios en mi adolescente impertinente
le rezaba con temor acuciado por pecados inconsecuentes
(cual laureles virginales posados en mi frente)
sobrevolaba la bóveda del cielo perenne...
Ahora soy hombre,
al dios no le rezo,
ufano y colérico,
me sirvo de la vida su copa rebosante
la futura agonía esperándome,
cosiento, las estrellas no comprenden...
Cuando sea un viejo prosélita
le rezaré a Dios:
omnisciente, omnipotente, omnipresente
(cual amuleto rescatando mi suerte)
y tal vez admita esa verdad irrevocable:
las estrellas en el cielo también se mueren.