Qué es ser fanático de algo o de alguien.
De qué sirve enloquecer y enardecer.
Por qué y para qué gastar tiempo valioso:
vencer y perder, alegrarse y entristecer,
dañarse anímicamente por una derrota;
exultarse con el triunfo hasta el infarto.
A veces un energético baño de euforia,
masajea el corazón y libera endorfinas.
Si el apasionamiento es con la cultura;
cada artista apreciado y exaltado,
a través del arte y la inquieta creación,
entrega un tramo de vida liberadora.
Pero crisparse por una pasión irracional
es insalubre y atenaza nuestra conducta.
Nos convertimos en zombis, gente masa;
desconocidos para nosotros y los demás.
Figuras borroneadas en la muchedumbre;
uno más entre un montón de desquiciados.
El amor contagia tanto como el odio,
la tristeza infecta al igual que la alegría.
Entre esos extremos nos posicionamos;
sin puntos medios ni intenciones tenues.
Súper adeptos de quienes nos representan;
híper críticos de nuestros casuales opositores.
Fanatismo, incontinencia verbal, descontrol;
vandalismo potenciado por la barbarie rival,
manifestado en política, deporte y espectáculos.
Atar nuestras vidas a logros o fracasos de otros,
vivir de la masividad sin aspiración propia,
es existencia hueca que denota carencias anímicas.
El apasionamiento malsano nos va trastornando,
es irreflexivo; nos incomunica e insensibiliza.
Imposible vivir sanamente en comunidad propicia
con tales reacciones inhumanas y antisociales.
Para una módica relación humana pulcra;
sublimemos el exitismo barato en sociabilidad.