He leído tantos poemas que ya la memoria me sabe a vos, no preguntés cómo, no preguntés porqué. Yo no sé. Yo no sé. Yo no sé. Sólo me enamoré, yo sé eso. Nada más que eso. Nada más que esto. La divinida levedad que me aliviana el ser.
Yo sé de vos las caricias de los amaneceres, la mirada tierna cuando dormida me observabas y yo no tan dormida te observaba. Yo sé de vos la fortaleza, el abrazo, el viento, la magia, toda la bendita magia que me inspira tu risa, amo tu risa, amo tu rostro con la risa en él, con los párpados casi cerrados y las pestañas mirando al cielo, al bendito cielo, al amado cielo, al cielo que se mira y es montaña y es corriente y es nube y es lienzo, la pintura, el universo se viste precioso en cada atardecer, en cada amanecer con la singularidad de que cada soñador es soñado y es sueño, todo al mismo tiempo.
¿Qué es el tiempo entonces en esta realidad que sobrelleva agonía y esperanza? ¿Qué es el tiempo o qué es verdad?
Una montaña, un horizonte, una silueta, una fibra, un pincel, un perfume que conlleva a un recuerdo, al recuerdo de una persona, al olvido de una persona, que resulta ser mentira porque nadie olvida, nadie suelta su memoria a medio camino, a medio andar, a medio suelo o medio cielo.
A medio cielo de vos, a un cielo entero del camino, a la infinidad del amor, a este viaje que tarda un segundo en recorrerse y que recorrería incontables segundos más, incontables minutos, te recorrería a vos con la paciencia de la que no carezco, con la fortuna de quién descubre o se descubre, un deseo inacabado, te amaría a vos durante la eternidad de una canción o un baile, te amaría o más bien te amo, no hay recorrido en todo ello, es sólo mi eternidad.