Clama mi voz cascada en grito desgarrado
y así se inclina sorda cabeza desconsolada;
al borde más terso y blanco de tu columna
se erige un muro donde las lágrimas no son agua.
Ladrillos alabastrinos se apilan mudos
y encajan unos con otros haciendo oídos
a los lamentos que como un réquiem se entonan
rogando al cielo que les escuches siendo piadosa.
Son mis exequias como sinfónicos cantos
y así, lloroso, tu pecho anhelo como un collar
fúndense la sangre y el alma en un solo cuerpo
como ese muro, que si un día estuvo, ya no está más.
Los cuervos que son mis ojos y tus dos piedras
ámbar brillante que no se cansa de torturar,
ya mis rodillas se vuelven zarzas que ya enraizadas
penan y penan desde otros tiempos que penan más.
Entonces calma esta voz tunante que sufre;
sé bálsamo sin dejarme de envenenar.
Leche y miel; paraje en que la gacela
lamenta con oraciones mi lamentar.
- Noel Salinas