Sabía de tus mentiras
Sí, las sabía.
Desde un principio.
Desde el día en que te conocí.
Como hombre confiado y de fe,
pensé que con el tiempo cambiarías...
Pero, una vez más, me equivoqué.
No estoy arrepentido
de haber vivido lo que vivimos.
Desde hace mucho tiempo
me resigno aceptar.
Siempre aceptar.
Aunque tenga destrozado el corazón.
¿Qué ganaría con amargar?
Podría llegar a enfermar.
Y aunque tenga los años que tengo,
quisiera vivir unos años más.
Te conocí en un momento
de soledad y desesperación. La tuya.
Con un hijo concebido...
de padre desconocido.
Nos conocimos en la calle,
en un día de lluvia e intenso frío.
No tenías con qué protegerte
de esa intensa lluvia.
Esperabas un taxi, igual que yo.
Ofrecí te pusieses debajo de mi paraguas.
Aceptaste agradecida.
Y el destino quiso que allí
comenzase nuestra amistad.
Se acercaba un taxi.
Le hice seña, y detuvo su marcha.
Te invité a subir y llevarte
donde fueses. Aceptaste.
Pero dentro, me confesaste
que no tenías dónde ir.
Allí, comencé a dudar de ti.
Di la dirección al conductor.
Nos llevó a la pensión
en la cual yo vivía.
Ya habíamos acordado que vendrías conmigo.
Allí fue donde comenzó mi calvario.
Allí comenzaron tus mentiras.
Ambos estábamos empapados.
Éramos conscientes de dónde terminaríamos...
Dándonos un baño, y después,
a la cama, completamente desnudos...
Nos cubrimos con frazadas...
aunque nuestros cuerpos ya estaban
muy candentes, debido a la desnudez
de nuestros cuerpos... y nuestros deseos...
Sin palabras... comenzamos con nuestro
juego amoroso, hasta llegar el momento
de una total introducción...
hasta el fondo...
Gozamos como dos salvajes animales... humanos...
Te pregunté dónde dejaste tu hijo.
Me respondiste que había quedado
en casa de tu madre, pero que tú
no tenías muy buena relación
con ella últimamente.
Que no tenías trabajo en ese momento.
Y que vivías de lo que tus amantes
te pagaban por una noche de placer.
Quedé mudo, sin hablar, sin preguntar más...
Así fueron nuestras futuras noches de sexo...
Una mañana, después de haber
gozado ambos, como todas las noches,
me dirigí a trabajar.
Y tú, como todas las mañanas,
te quedaste un rato más en la cama.
Me estaba quedando sin dinero,
y debía seguir trabajando...
Aunque esa mañana
fui yo el que mintió.
Pues era día sábado,
los cuales no trabajo.
Quería espiar a ella
dónde se dirigía al dejar la pensión.
Me quedé cerca de ella, esperando...
Y... gran sorpresa, veo que entra
al edificio, un compañero mío de trabajo.
Al rato, veo que él y ella, salen...
Toman un taxi...
Hago yo lo mismo, detrás de ellos...
Llego hasta la casa de mi compañero.
Espero un muy extenso tiempo.
Toco timbre. Me atiende, en ropa interior...
Me hace pasar.
Se sorprendió de mi visita.
Le dije que también yo estaba sorprendido
de su visita... en mi pensión.
Me explicó que quería invitarme
ir al club a jugar a las cartas,
para después almorzar unidos
a unos amigos.
Sé que estás con mi amante, le dije.
A lo que él respondió:
Sé toda la historia de tu amante.
En un tiempo fue la mía.
Desconocía que estaba contigo.
Le dije que la llamase.
Ella apareció.
Y fue en ese momento que me enteré
que era sólo una mujer de la noche.
No tenía madre, no tenía hijo.
Vivía de su trabajo, de sus amantes de turno.
Le dije que pasara por la pensión
a retirar sus cosas.
Y a mi amigo, que más tarde
nos encontraríamos en el club.
Cada uno siguió el camino de su vida...
Derechos reservados de autor
Hugo Emilio Ocanto
28/02/2017