Amanece, y el cielo apenas intimida
renacido del bautismo de las aguas.
En abnegada ceremonia,
dejada atrás su púrpura nimbada,
se desnuda de las pieles de la noche
siguiendo una liturgia de manidos ademanes,
volviéndose remanso en el río de los sueños,
donde la vida aquieta en su premura
e ignora la geografía de su desorden.
Una tímida luz, que ya te asciende,
se inclina sobre ti
adentrando en tus ojos la mirada,
fecunda como aliento de lluvias recientes,
queriendo anudarse como un verso a tu garganta.
Y tú, aún sigues ausente,
absorta y sometida a la liviandad de otras gravedades.
En ese recreo de la luz,
solo tus hombros desnudos tiemblan
perdido el descuidado tacto de la sábana.
Entonces, un suspiro se escapa de tus labios
anunciando lo dulce que ha sido la derrota,
sumida toda tú entera en su resaca.
Mas siempre habrá de regresar la noche
que por victorias cuenta sus batallas.
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