Solo basta una sombra,
que atraviese el corazón,
para sentirnos vulnerables,
para perdernos en la inalcanzable inmensidad
de una noche con vistas a un mar y sus afueras.
La luz me desfigura el lívido semblante
que quiere apenas sostenerse
en cada objeto de la vacía habitación,
donde un adagio ha echado a andar,
a un solo pie, a paso firme.
Y yo quisiera abandonarme,
no sin dejarme oír entre el discordante
enjambre de latidos que acuden al apagado grito,
mas solo advierto la obstinada oscuridad
de mis propios ojos sumergidos,
la inerme soledad de los cuerpos desnudos
ante la inminente violencia de la sangre,
mientras un cielo despeñado
me nace debajo de los párpados.
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