Una fila de tordos salió volando de la acequia del acueducto romano de vall d´uixo, dejando abandonados los huesos de las olivas del parque que habían caído dentro de la regadora del acueducto sin uso. Yo, contemplaba el cercano atardecer y el vuelo de las aves desde abajo del acueducto. Estaba en el bancal que labraba pegado a un arranque de la curva del arco. Los tordos subieron hasta las ramas de unos jóvenes olmos que crecían apretados unos contra otros, en el fondo del aljibe desmoronado de las ruinas del molino de arroz. allí se quedaron colgando mientras unos perros de presa llegaban hasta donde comían los tordos. Tras ellos, en el mismo lugar donde estaban las aves, junto los perros se pusieron en fila una pandilla de chicos y chicas,o mejor dicho para catalogar debidamente los especimenes: una pandilla de canis y chonis.
La pandilla estaba formada por unas nueve personas. Al asomarse y mirarme de forma amenazante, reconocí a tres de ellos, que eran los que formaban la pandilla Sumisión. Era como yo conocía su organización. No era la primera vez que ésta pandilla se cruzaba en mi vida, y creo que no les caía bien. Cuatro años antes, una noche de abril conocí a esta pandilla. Por aquel entonces, constaba de tres canis recién salidos del reformatorio. Yo les llamaban Lucifer, Caín, y Caifás. LLegaron no sé de donde por medio de los primos de Caifás, que eran familia de un famoso delincuente que salió en la tele cuando lo cogieron tras violar y matar a tres niñas, conocidas como las niñas de Bocairent. De este modo vinieron a texas vall d´uixó. Concretamente bajo de donde vivo. Su presentación fue así:
una enorme piedra a la una de la mañana hundió mi puerta entre risas salvajes salidas de un coche con música de los chichos que bajaba a toda velocidad la calle lanzando piedras a todas las casas. De esta manera tan peculiar los conocí. Junto a ellos había dos rubias de la raza chonis. Robos, acoso, pedradas, por parte de ellos, y por parte de nuestra, los vecinos, llamadas constantes a la guardia civil. Así fue el día a día durante varios años. Al final, todos nos acostumbramos a que nos robaran la pandilla sumisión , y eramos bastante indiferentes a sus amenazas, incluso se ganaron las simpatías de vecinos y policías. Desde su desalojo, bastante discreto, hacia un año , no sabia nada de la pandilla sumisión, y solo recibía insultos los viernes en el mercado de la madre de uno de ellos, y de su hermanito pequeño. Hasta ayer que es donde empieza nuestra historia de hoy.
¿ qué hacían ahora por aquí? me pregunté. Noté que ahora eran muchos más en la pandilla y los conocidos eran algo más mayores, y ya no tenían aspecto de menores de edad.
Habían chicos y chicas con ellos de verdadera raza blanca , como yo, pero con pinta y modales de parias. Sin duda serían adolescentes venidos de la clase media caídos en la exclusión social por culpa de la crisis.
Marques, marques, hijo de perra, cava tu tumba- me gritó uno de ellos mientras cavaba intentando pasar desapercibido. El verme trabajar los provocaba. Me habría convertido en motivo de chistes para ellos si me veían trabajar. Cosa bastante habitual en ellos, lo de hacer chistes de cosas sin gracia, pues por su falta de autoestima y trastornos de la conducta, actividades como la agricultura, escribir poesías, representar obras teatrales en la calle eran motivos que les alteraba violentamente. Recuerdo una ocasión, estaba en el parque viendo a unas chicas realizar una obra de teatro feminista, cuando aparecieron en bicicletas robadas y empezaron a insultarlas. tuvo que venir la policía, que deseaba a todo esto que no se representara la obra de teatro titulada Electra. Yo denuncié sin éxito que sospechaba que la policía les dio un sobre con dinero a la pandilla sumisión, pero nadie me creyó. Para evitar males mayores, decidí irme en ese momento del huerto. Bajé a la charca que se encuentra bajo los arcos del puente de San José.dejé a mi espalda mi huerta, y a ellos sobre el acueducto contemplándola a menos de 50 pasos de distancia. Los guisantes con sus flores moradas casi violetas quedaron a mi espalda entre las cañas atadas. Las patatas con su fuerte verdor empezaban a asomar de bajo tierra. Habas, ajos, cebollas, formaban largas filas preparadas para su recolección. La charca , el primer día de marzo estaba animada. Las ranas croaban sin cesar, las cañas verdes estaban adornadas con su plumero dorado. Dos enormes ratas de agua nadaban en sus claras aguas. Al cabo de varios minutos escuché una voz gritando a la pandilla sumisión. Yo no quería salir de allí. Tenía miedo de enfrentarme a ellos, tenía miedo de lo que podía llegar a hacer. Imaginarme que me estaban rompiendo la huerta era diferente a verlo. Si lo veía, me vería obligado a hacer algo, y si hacia algo sería condenado a la cárcel. Lo mejor era dejar que destrozaran todo mi trabajo y callar. Ellos solo eran como perros sin causa, y tan inofensivos como un perro. acabaría con todo mi huerto y se irían tirados de una cadena que no comprendían, quizás la policía, quizás el partido popular, quizás un juez, quizás el tripartito progresista, todo junto, quizás. LLegó un silencio largo, de varios minutos a la charca, y salí. No había nadie sobre el acueducto. Junto a mi huerta solo estaba un hombre de mediana edad paseando su perro. me saludo al verme. Lo conocía de vista. Se dirigió a mí:
¿ Has cogido muchas habas? me preguntó.
Habas y guisantes lo que más estoy cogiendo. Ayer mismo vendí 10 euros.
El hombre con una sonrisa compasiva me confesó:
Hace un momento un chaval llevaba un puñado de habas en las manos y te estaba cogiendo las cebollas. Le he dicho,
si recoges la cosecha, quita por lo menos las malas hierbas. Ha salido volando como un tordo, de un vote.
Yo con un gesto de tristeza y cierta sensación de cobardía ,mirándome los pies le agradecí con sinceridad el haber protegido el huerto.
El hombre me miró con ternura compasiva, comprendiendo mi vergüenza y mi desgracia. Tras pensar unos segundos, me aconsejó:
¿ Por qué no te miras un huerto en otra parte? aquí, con el parque tan cerca no te van a dejar en paz esa pandilla.
Miré con dolor por encima de su hombro contemplando el huerto de parte a parte, las flores moradas de los guisantes atrayendo a las abejas bajo el atardecer rojizo, los murciélagos dando vueltas al huerto, el viejo molino, los acueductos. Todo desaparecería dentro de poco, volviéndose a cubrir de malas hierbas y matorrales.
Pensé que había de aceptarlo como si fuera voluntad de Dios.
Angelillo de Uixó.