Inexistente

Canción amarga.

Él escribe una canción
con sabor a trova amarga,
con sabor a mar salado adyacente
con brisa de dulce entuerto,
sin modulación de un “ay, ay” largo
(de alargado, no distante).

Sus notas se encubren en un rincón
tan universal como disperso,
que se entretiene atrapando las estrellas
tantas como quepan en su vejiga negra.

Como siempre para apagarlas muriendo
y al morir junto con ellas…
creerse el héroe de metal;
no así de encomios, ni ser de greda.

En las vertientes del agua
se sumergen sus labios que concurren fementidos
(confundiéndose con peces secos)
desprovistos de formas,
de la corteza escarlata que perdieron
desde hace tiempo,
hasta de la entelequia que los habita;
sangrando en palabras mayúsculas
para construirse poemas que gritan.

Su código es exponer las notas a la inversa;
si son alegres, las vuelve muertas,
si vienen sueltas, ¡Ay no! Envueltas y revueltas.

Como el tornado hijo del vientre fecundo
de una tempestad incurable,
no abjurable, perdurable,
de impronunciable coro.