Desde la acera del invierno
hay alguien saludando
con el ropaje de los sueños,
con el semblante sumergido en muecas,
habitante de la oscuridad en tierra de rostros,
profecías antiguas rasgaron su vestidura,
colgaba en las moradas de la noche,
oyó los aullidos del viento nocturno
como endecha de presagios,
agonizaba su razón
buscaba la quietud necesaria
para los huesos tumbados sobre el mundo,
en su movimiento la carne irrumpió en su alma.
Hay alguien llamando afuera
golpeando las paredes de la carne,
está herido,
le acorralan mariposas oscuras
como demonios encantadores
amontonándole llagas,
los ataúdes son letreros que le guían
hasta su casa en ruinas,
ese sitio para la muerte
donde morirá desnudo,
con los ojos abiertos incapaces de cerrarse,
puertas inservibles por donde nadie entra,
camina con gusanos sobre sus deseos
es todo lo que de vida le queda,
es lo único que sé.
Alguien ahora está llorando en el poniente,
arrastrando despojos, creencias de que se ha existido,
no está y la primavera ha vuelto a perfumar todas las calles.