¡Cuán pronto se pasa del vino a la plegaria!
¡Qué efímero el discurso de la dicha!
¡Qué desnudas las manos, húmedas del frío del dolor!
Solo la ausencia desvela esta ceguera
de tronco abatido por el rayo,
solo la tierra, firme, ante tanta deriva
para andar y desandar recuerdos.
Las palabras se aprestan a mirar por otros ojos,
se adentra la mirada en el ingrávido paisaje
de las horas, donde el silencio aflora
como restos de un naufragio.
Un adiós no es más que un surco
en el entrecortado respirar de una lluvia que se aleja,
un para siempre de un tardío resplandor.
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