Como las decoradas raíces de un madoroso bastón,
hasta el viejo dios cojo.
Reseco el polvo, lámina y escama,
hacia la península, con viento gélido: ecuánime en tanto
sea un pobre anciano
soplando sobre los mares sinuosos.
¡Qué tiempo! ¡Qué desenlace superfluo del cadáver que se nos cae encima!
Llueven los últimos signos del final del destino.
Muerte al ultimo pilar de carne que resta:
¡Qué nos llueva el cadáver!
Hermanos pero nunca padres,
tenemos la próxima herida y
nos matará, si las cicatrices
blancas se olvidan.