Alberto Escobar

Apocalipsis

 

 

Mi plumín me llama, se ha acostumbrado.

Aunque el cansancio pugna por disuadirme,

la costumbre de reunirme con mis musas

en la víspera de mi descanso vence. 

Mi plumín pretende desatar mordazas.

No trato de erigirme en un mesías de la

conciencia, no se volar, no soy un ángel

que pueda descender desde las alturas.

No soy el emisario, ni puedo serlo, de nada

nuevo porque me alimento de lo mismo que 

los demás, no vengo de otro planeta.

Me molestan aquellos que viven de la sangre

del pequeño, que se les hace el colmillo agua 

ante el lucro inocente, el lucro asible.

Aspiro a volver del revés las pieles de todas

las serpientes que silban solo para amedrentar.

Asisto al estrépito y a la nube de polvo que está

produciendo el derrumbe del mundo que me vio

nacer. 

Las perneras de mi pantalón asisten manchadas

de desilusión ante la erección de la nueva Torre

de Babel, que se extiende a lo largo de la frontera

de un país hispano, soberbia como la de Nemrod. 

Podría parecer que somos testigos del juicio final,

pero todavía estamos en los prolegómenos.

Se está prefigurando la reunificación continental

que devolverá a la tierra a su querida Pangea.

Toda la fanfarria y la sonería necesaria está

preparada para este momento.