La poesía empezó en mí, contigo
tú en tu lado de la cama,
yo, en el mío, lanzándote versos
y tú, recibiendo besos,
cuando te desabrochabas el botón de la camisa
despertaban mis ojos,
cuando tus manos decían un si
y las mías aceptaban ese te quiero,
aunque desconociera todavía la hora
que tu corazón
era capaz de cambiar las agujas de mi reloj
y yo, que no entendía de sábanas, ni almohadas,
pero todas hacían juego con el carmín de tus labios
y ese cabello pelirrojo
saltaba al acantilado de mi pecho.
La poesía no terminará contigo,
ni conmigo,
ni en nosotros,
tal vez tenga ya su propio asesino
que le escriba.