Aay mujer, que todo aquel y aquella que te abrace se llene de esta pasión quizás desenfrenada y compulsiva por quererte, y que cuando acaricien tus delicadas manos se impresionen con la dulzura de tu cuerpo amor mío, y que cuando miren tus ojos que son como el lucero resplandeciente de los siete cielos se desmayen por tu fulgor que es más inmenso que el del oro, que el de las estrellas, que el del sol ardiente en el desastroso verano;
y cuando te besen...
¡Aay mujerrrr! que de envidia no me muera y que aquel afortunado se impregne de tu encanto, y que de sentir tus labios sea transportado al universo más bello, casi semejante al de tus pupilas y que sobre todo y todas las cosas, te quieran como yo