En el borde del acantilado muy por encima del oleaje del mar,
a solas, sentada en la alborada,
su vigilancia nocturna una lesión infligida por ella misma,
el sentido de culpa aún robando su dormir
Al llegar el albor la oscuridad se retira paulatinamente,
sus ojos abatidos miran el océano velada en niebla,
buscan un retiro bienvenido en el escondido horizonte,
mientras sufre bajo el peso del trágico recuerdo
¿No era aquella la ternura de su caricia,
al rociar su faz con sus labios?
Era solamente los rayos del sol de la mañana,
secando sus lágrimas puestas en libertad
Una brisa mansa musita a sus sentidos entumecidos,
se acordó de sus apreciativos susurros
por los placeres de su intimidad,
su corazón se apesadumbra su insufrible ausencia
Pero en esta brisa un mensaje seráfico flota,
cual un paracaídas efímero en su regazo aterriza,
con mucho cuidado lo levanta y lo admira con asombro,
la delicada diáfana flor de pelusa
Un mensaje de él,
su dolor a consolar,
a dejar de culparse,
fue su decisión a salir solo con el coche
A volver los pétalos de oro en blancas esferas frágiles,
ella escoge una flor de pelusa y con amor le sopla sus besos,
a contarle sobre las páginas recién escritas
en su poemario, a él dedicado
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