Qué triste es ver un pueblo abandonado,
casas a cal y canto son cerradas,
recuerdos de mil vidas olvidadas
perdidos entre el viento del pasado.
La iglesia sin cimborrio, ni campana,
hoy nidos de palomas y otras aves,
sus puertas bien cerradas bajo llaves,
no asisten a sus fieles, ni cristiana.
Desiertas sus moradas de vecinos,
las mañanas se visten de tristeza,
solitarios quedaron sus caminos.
Sus calles hoy cubiertas de maleza,
hoy recubren sus norias y molinos.
recuerdos de esplendor y de belleza.
©Roberto Santamaría
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