LA HERENCIA DEL ABUELO
Un ruego siempre se oía,
de una hija, casi madre,
que en lo alto, a su padre,
una herencia le pedía:
—Que los claros ojos tuyos,
sean del norte su legado,
intercede, te he implorado,
claros ojos pon los suyos.
Secundino, astur abuelo,
pintó una mirada hermosa,
y a su nieta hizo preciosa,
con cariñu desde el cielo.