Conozco un puerto en las tinieblas de mayo atravesado por la absurda tarea
de vengarse del mar,
cuando mayo era el amante vulnerado por el tiempo.
(Ah, yo no existí en los álamos de ningún verano,
ni en las arenas que el sol mata en su verberante mediodía.
Animales exhaustos decretaban mi extinción,
y como si se perdieran palmo a palmo en lo verde de la noche,
me llamaban para que volara con ellos en pos de mi sellado corazón.)
Los barcos desbordaban en la playa
y todo era mar y su fatalidad.
Pero el puerto persistía al no despertar el lugar que ahora imagina mi conciencia.
Todos mis días acosados por el color de una piel
ante la impiedad de los recuerdos;
y mis salvajes manos provocadoras de la ira que no se resuelve
con el beso que al morir nos entregan.
Hay una ráfaga de nombres, fechas, mandamientos,
y ya no sé existir sin el cielo subterráneo que me habita.
Resonantes, mis pasos, acaban por perderme.
GuillermoO
Direc.Nac.del Derecho de autor