Llevo dentro de mí
un paisaje que ya no existe,
una tierra proscrita
que se desangra en la ceguera,
en la abisal mirada de la derrota,
que apenas sobrevive
a la memoria de los ausentes,
que agoniza en el recuerdo de los sin nombre.
Ahora, bajo otro cielo,
donde el respirar de la tierra se siente distinto,
lloro la pérdida al pie de la distancia;
solo la lejanía para exorcizar mi duelo
como el beso postrero
que en mis labios se queda.
Mas no hay plegaria
que redima al silencio
que amortaja la tierra
que muere de sus hijos ausente.
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